Ha llegado noviembre, ese mes que siempre he odiado tanto. Desde hace ya unas semanas no estamos en uno de los mejores momentos. Quizá haya sido la entrada tan brusca y directa de un otoño con la piel de un invierno, que se tire lloviendo las veinticuatro horas del día o que simplemente el tiempo haya puesto a cada uno en el lugar al que pertenece. Hemos tenido tiempo de replantearnos las decisiones que tomamos y ambos hemos dedicidido no tocarlas y dejarlas como estaban desde hace más de un mes. Que sí, que no niego que te siga mirando cada vez que te veo como si fuera el primer día, pero las miradas no son suficientes porque ya no sostienen nada. Ya no hay palabras, ni siquiera vacías y las sonrisas se han esfumado a cualquier otra parte. Quizá lo que sentimos cuando nos vemos ahora sea curiosidad por saber cómo le va a la otra persona, qué es lo que piensa, si ha conocido a alguien. Por tu parte, indiferencia, lo más probable. Mm... Indiferencia. Ese gran paso y a la vez tan minusvalorado y complicado que separa al odio del amor. El gris entre el negro y el blanco. Donde tú estás. Y de donde yo cada día estoy más cerca. Aún así, todo eso es simple y llana curiosidad. No hay amor, ya no. El tiempo lo ha consumido por completo y las cenizas se han desgastado de tanto usarlas. Las gotas de lluvia han apagado cualquier llama, cualquier esperanza. El cielo gris y encapotado ha destrozado las pocas ilusiones que quedaban. El viento se ha llevado consigo a los sentimientos. El frío ha helado a los corazones. Y nos hemos quedado sin reservas de magia.
miércoles, 14 de noviembre de 2012
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